Alejandro Lodi
(Junio 2024)
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“…Abal disparó y quedó abrumado: «Nunca antes había matado, y su bautismo de sangre fue el peor imaginable». Apoyó contra la pared el brazo doblado y dejó caer su cabeza; se quedó como petrificado. «Era muy religioso y sintió mucho haberlo matado»… El Gordo buscó el pulso en la muñeca de Aramburu, como le habían enseñado en la facultad de Medicina. Descubrió que el militar seguía vivo. Entonces sacó su pistola 45, y ante la mirada de Abal… le disparó dos tiros más. Volvió a buscar una señal de vida y comprobó que, esa vez sí, Aramburu había muerto…”. (1)
Basado en hechos, imagino una historia.
Fernando era joven e idealista. Católico, peronista y, por eso, gestor de Montoneros. Sensible a injusticias y convencido de sus perpetradores, creyó noble ser protagonista de una letal reparación: el disparo que hirió a Pedro Eugenio. Cruzó mirada con el hombre que había ejecutado y no moría. Y ya nada pudo ser igual para él a partir de ese momento. Ni para el hombre que, previo a la ajena ráfaga del remate, tuvo un instante de gracia: en la mirada de su fallido verdugo, comprendió su culpa y la del joven con quien compartía el mismo dios y la misma patria.
“…Entonces me dijo: «Matar es terrible… es tremendo», o a revés: «Es tremendo, es terrible». Estaba claro que el haber matado no le había hecho bien. Me apretó los hombros desde atrás, yo le apreté las manos, y se bajó del auto. Esa fue la última vez que nos vimos… […]
… Se despertó a la madrugada al notar que Fernando no estaba a su lado y lo vio de rodillas, sobre el otro lado de la cama. «Estaba rezando», me dijo. Fernando rezaba por Aramburu, por la familia de Aramburu y también rezaba por él, y entonces le dijo: «No sabés lo que deseo que eso no hubiera sucedido»…”. (2)
Saber lo que es matar a un hombre fue su épica huella en la fantasía revolucionaria de una generación. Y también su involuntaria -y por eso auténtica- iniciación en verdades universales y en el infierno de las almas. La certeza que ciega y el espejo que revela. El discernimiento del espanto y el círculo apremiante del castigo y la compasión.
Es probable que haya buscado a su propio verdugo. Y entonces otra ráfaga le prestó el fin, deseado y no confesado.
«…Se ha dicho que el modo de exponerse en el lugar en el que lo mataron había sido suicida, pero estoy seguro que Fernando nunca consideró el suicidio…”. (3)
Quizás Fernando y Pedro Eugenio nutran la trágica trama del destino argentino y sean su arquetípica encarnación en el cruento ensueño de su tiempo. Que también es -todavía- el nuestro. Un destino implacable y siempre velado. Una fatalidad encantadora que no encuentra conjuro en ningún sacrificio.
…
(1) María O’Donnell, Aramburu, Buenos Aires, Planeta, 2020, p. 311.
(2) Juan Manuel Abal Medina, Conocer a Perón, Planeta, 2022, p. 59 y 71-72.
(3) Juan Manuel Abal Medina, Ibid, p. 60.
NO QUIERO RECIBIR ESTOS MAILS
By: lilianabeatrice on 1 junio, 2024
at 13:46
Cada muerte a otro ser humano «…es la historia de Caín que sigue matando a Abel…» J.L.Borges.
By: Susu Eyheralde on 6 junio, 2024
at 14:02
Así es. Gracias. Abrazo
By: alejandrolodi on 9 junio, 2024
at 03:37